En un contexto de cuarentena donde, resultaron para muchos aspectos de nuestras vidas un cierre de lo cotidiano en lo que disfrutábamos o nos distraíamos. El nuevo paradigma del placer.

Siendo una palabra que nos hace hipervínculo directo a la sexual.  A la búsqueda de un objetivo orgásmico, una fantasía de culminar en ese elixir, donde la cabeza a veces nos juega una carrera sin frenesí, hasta a veces perdemos el partido.  ¿Cuántas veces se entromete la culpa en esa búsqueda de placer?

El concepto el valido analizarlo también bajo la concepción de sociedad a la cual pertenecemos, sobre todo la raíz religiosa de la cual aún arraigamos creencias como “conseguirás el pan con el sudor de tu frente y parirás tus hijos con dolor”. Socialmente, y sobre todo el impacto sobre el cuerpo, acunamos el registro de que conseguiremos lo que deseamos con sacrificio, que allí reside lo valioso, luego de cumplir con el deber ser.

En términos de placer, ¿cuál es la lista de pendientes que anteponemos a poder disfrutar de lo que estamos haciendo? Disfrutar nos obliga a permanecer en presencia como si el tiempo no existiera.

Y allí se abre el abanico a momentos, situaciones, contextos; el baile, la naturaleza, el deporte, viajes, las madres al momento del parto o amamantamiento, atracciones sexuales, la lista es interminable.

Lejos de la institucionalidad de lo que si nos tiene que dar placer, los parámetros sociales y estandarizados. Por lo general momentos en que descansamos o nos distendemos se encuentra habilitado situaciones en que nos permitimos sentir, ahí donde se entromete la brújula de la presencia en el momento en el que estamos, se habita en el hecho de ser consciente, en presencia, de lo que se está haciendo.

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